Escuche aquí: Capítulo 117: La economía naranja
El jueves pasado fui invitado a hablar, en un evento organizado por Impaqto, sobre “industrias creativas” junto con Jose Daniel Flores, economista con dilatada trayectoria en el tema. Se me ocurrió que el tema es apto para este programa de radio, pues aquí estamos siempre hablando de arte y artistas y rara vez nos preguntamos ¿de qué viven los artistas? ¿Se puede crear industria a partir de la creatividad? El jueves reflexioné partiendo de una idea bien primaria, que se oye repetir a cada rato, acaso por la tradición: “el arte es intangible”. “El arte no se vende, no hay precio posible para algo que viene tan del espíritu”. “El arte reducido a categoría de mercancía”. Esa idea circuló bastante durante los sesentas y setentas. Incluso un pensador ecuatoriano –muy respetable, por cierto, el gran Alejandro Moreano– se oponía a la profesionalización de los artistas –de los escritores sobre todo– porque “ahoga el quehacer literario a través de la rutina y de la utilización de las técnicas propias de un oficio”.
Pues sí, esas ideas todavía imperan, porque todavía se cree que el artista es un meta-sujeto, un ser creador de obras únicas e irrepetibles. Un ser tocado por los ángeles que es capaz de crear maravillosas obras, un ser elegido que posee la ética y la estética, la idea y la acción, el martillo y la hoz.
Lo cierto es que la realidad, desde mi punto de vista, y luego de haber convivido durante toda mi vida, desde mi infancia, con artistas y gestores, revela otra cosa. Primero que nada, el arte es apenas una manifestación de algo mucho más amplio –acaso inabarcable– que es la cultura. De hecho la cultura es, digamos, todo. Luego, y al mismo tiempo, vivimos en un capitalismo liberal, donde cada cosa entra dentro de una especie de “lógica” que es el mercado, aunque “el mercado” existe desde que el hombre es hombre, antes del capitalismo, antes de todo. Todo está a la venta. Todo se puede comprar, excepto el amor, supuestamente.
No hay arte, ni cultura, sin el mercado. No pudiera haber artistas, ni gestores, ni espectadores, sin el mercado. Sin la oferta y la demanda.
Los días del “por amor al arte” se extinguieron hace bastante. Los modos de crear, producir, distribuir y consumir los productos culturales se han ido modificando constantemente. Además de las transformaciones tecnológicas y del papel de los medios de comunicación, la cultura se ha incorporado a procesos de producción sofisticados, cadenas productivas complejas y circulación a gran escala en distintos mercados.
La “economía naranja”. Así se ha nombrado a las industrias que forman parte de la creatividad y el conocimiento. Industrias que tienen que ver, por un lado, con el tiempo libre de los consumidores, que buscan enriquecerlo a través de productos culturales. Y con fuentes de empleo, vastas, que, como todo industria, producen esos productos. La puesta en valor de esos productos… de eso hablamos hoy.
¿Qué pasa en el Ecuador?
El debate sobre el concepto de industrias culturales es de corta data. La articulación de la economía con la cultura. A partir de la promulgación de la Constitución de 2008, y de los Planes Nacionales, llamados “del Buen Vivir”, se consolida, por lo menos en el papel, la idea de “industrias culturales”. El triángulo de actores-autores, circulación de obras y formación de públicos, como elementos indispensables para un mercado cultural, apenas empieza a ser considerado por el Estado. Yo diría que la simple enunciación es ya un reconocimiento, y por tanto un avance.
Aún así, el camino ha sido sinuoso y a veces desesperante. La asombrosa inestabilidad –incluso para cánones ecuatorianos– del liderazgo cultural estatal ha hecho que, si bien se ha empezado a hablar, se ha reconocido, se ha enunciado, se ha tardado en tomar acción, en crear políticas sobre las industrias creativas.
Así, por ejemplo, el estado ha dado manotazos a ciegas. Decide, por ejemplo, sin considerar datos, sino por simple buena espina –o acaso para pagar algún favor político– crear un evento artístico de nueve días de duración –el Festival de Loja– con un presupuesto que, en su primera edición, consistía nada menos que la mitad del ejecutable anual de todo el Ministerio de Cultura y Patrimonio. ¿De qué impulso a la economía creativa, de qué avance en la política cultural, de qué contribución a la razón y a la inteligencia humana hablamos cuando pasa algo así?
Históricamente, en el Ecuador, y sobre todo durante el siglo XX, sólo las élites podían acceder a lo que se solía llamar los “contenidos estéticos”. Hoy, grandes porciones de la población están en busca de contenidos culturales. Los políticos saben eso, y destinan grandes presupuestos en traer a cantantes de moda –a veces sacrificando lo que debían destinar al agua potable o al alcantarillado. Sin orden ni concierto, los GADs (Gobiernos Autónomos Descentralizados, o sea los Municipios o Concejos Provinciales) invierten –o gastan– fuertes sumas no en estimular las industrias culturales sino en saciar sus propios ánimos de espectáculo y circo –lo que sabemos se traduce en votos. Aquí mismo, en Quito, el espectáculo La Fiesta de la Luz, que tiene una duración de tres días, se come más de la tercera parte del presupuesto cultural de toda la ciudad. En cambio, el mismo municipio, se encarga de complicar la existencia de cientos de emprendimientos culturales con una serie de trámites bochornosos, licencias caras y cero –cero– política de estímulo a esos emprendimientos.
Sin embargo de ello, hay un resquicio, acaso una esquinita por donde entra el aire, una puerta que se empieza a abrir. Y aquí es donde entra el trabajo de José Daniel Flores, de Gabriela Montalvo y otros –empecinados por actuar en el ámbito del tema de hoy– de varios emprendedores, gestores y creadores que demandan acción y política.
En un primer ciclo para crear esas políticas, lo más importante son los datos, la información, las estadísticas. En Ecuador, una de esas herramientas ha sido creada hace poco, el Registro Único de Actores Culturales. Sin estadísticas es imposible continuar. Sin un mecanismo metodológico para, por ejemplo, conocer cual es el aporte del sector al PIB, no se pueden tomar decisiones serias en materia de política.
Pensar en el trabajo artístico desde lo productivo. Hoy, ya los artistas pueden afiliarse al seguro social, pueden entrar dentro de un régimen formal de empleo. Es decir, tengo la impresión como un observador externo, que el camino es largo, larguísimo, y vamos ya caminando.
En el programa de hoy quiero presentar música que habla de hacer música, de hacer arte. Música que habla de otros artistas. Música que habla de arte. Música que ya no es la obra de los elegidos, sino el trabajo de todos los días. Esta es la selección de hoy:
- Symphony No. 4 «Heroes» – Phlilip Glass
- Writer’s Block – John Zorn
- Painters – Joe Hinashi
- Fourteen Black Paintings – Peter Gabriel
- Perspective – Peter Gabriel
- Andy Warhol – David Bowie
- Forever Changed – Lou Reed / John Cale
- Magritte – John Cale
- Rene & Georgette Magritte with Their Dog After the War – Paul Simon
- Lady Writer – Dire Straits
- While my Guitar Gently Weeps – The Beatles (Esher Demo)
- Fame – David Bowie
- Alguém cantando – Momo
- Tempo e artista – Chico Buarque
- Para todos – Chico Buarque
- Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena – Silvio Rodríguez
- Oleo de una mujer con sombrero – Los del fuego
- Respuestas a un joven poeta – Leo Masliah
- Contemporáneo – Leo Masliah
- El cantante – Rubén Blades
Este capítulo de Tan lejos tan cerca se emite desde Radio Pichincha Universal, 95.3 FM en Quito, el Sábado 17 de noviembre de 2018, de 10 a 12 del día.
En este sitio web se puede escuchar, a partir de ese momento, siempre.