Escuche aquí: Capítulo 119: El sueño del arquitecto
Con la participación de Andrés Núñez y María Samaniego
Cuando llega a ser un arte, la arquitectura es seguramente la más utilitaria de todas. Cuando no llega a eso, de todas formas, la arquitectura condiciona, como pocas otras actividades humanas, la calidad de vida de las personas que la ocupan o la habitan. Usted que me escucha sentado en su casa o acaso en un edificio público o privado, o en su oficina o su lugar de estudio, está sentado en una obra arquitectónica.
Quito no ha sido particularmente destacada por su planificación urbana, o por contener una identidad arquitectónica propia, por fuera de su área colonial patrimonial. Salvo grandes excepciones, en el resto de la ciudad, la caja de bloque pintado, materiales globales y, en el mejor –o peor– de los casos, vocaciones puramente estéticas y con falta de contenido son la norma. El panorama urbano de Quito no muestra un arquitectura coherente con su entorno. Quito le da la espalda a las gigantescas montañas que lo rodean. A esto se suma la muy mala aplicación de la norma por parte del municipio –siempre sin norte, siempre sin plan– y la irresponsabilidad de grandes constructores –¿él gran constructor?– que de forma fraudulenta venden construcciones extravagantes, malas y feas a precios enormes.
Excepciones, y grandes, hay. A pesar de la moda –ojalá pasajera– de las edificaciones, sobre todo casas de clase media, que por “hacer más con menos” se cubren de chatarra, ideas poco prácticas y materiales de pacotilla, hay –ha habido desde hace mucho– un movimiento interesante de hacer buena arquitectura y de pensarnos entorno a la arquitectura.
En el siglo pasado, hacia la década de los sesentas, un grupo de arquitectos afincados en Quito, y acaso continuadores de un “saber hacer” moderno iniciado por arquitectos extranjeros afincados aquí (Otto Glass, Karl Kohn, Giovanni Rota, Guillermo Jones Odriozola o Gilberto Gatto Sobral), se preocuparon por el contenido de sus obras. Imposible dejar de mencionar a Ovidio Wappenstein, Milton Barragán, los Banderas, Muñoz Mariño, entre otros, que resolvieron sus obras para que perduren y para que sean de utilidad. Varias de ellas son verdaderas obras de arte, además. A lo largo del tiempo, y hasta hoy, excelentes edificios y viviendas han sido construidas, y son la minoría absoluta, pero dan cuenta de que aquí hay arquitectos buenos.
Es indispensable pensar la arquitectura. Pensar en el entorno y su relación con la calidad de la vida de sus habitantes.
Pienso en todo esto porque la semana pasada se produjo la vigésima primera Bienal de Arquitectura de Quito. Se trata del evento cultural más antiguo que todavía persiste y, junto con la Bienal de Cuenca, el más prestigiado que ocurre en el país. Este año se produjeron decenas de eventos, conferencias y conversatorios que no solo fueron dirigidos a los profesionales, estudiantes y especialistas, sino también al público, es decir a los usuarios. La arquitectura asentándose en la realidad.
Fueron notorias, y esto es algo muy raro en el país, la excelente organización, la puntualidad, la calidad de los eventos, la atención casi personalizada a los asistentes, la factura de las publicaciones y de las exposiciones. La Bienal de Arquitectura ha tomado una senda de seriedad, de responsabilidad y de profunda vocación con la reflexión y la crítica a partir de ejemplos y estudios de casos. Para mi, aficionado a mirar la arquitectura en el papel y en la realidad, ha sido una excelente experiencia.
Hay que agradecer al Colegio de Arquitectos del Ecuador, provincial de Pichincha, que esto haya pasado. El Colegio está presidido por Pablo Moreira, y la Bienal por María Samaniego. Se trata de exponentes de una generación –contemporánea a la mía– que se resiste a aceptar la pérdida de calidad espacial, estética y ambiental de la ciudad, y que actúa con la reflexión, la memoria y la vanguardia. Es muy valioso lo que hacen ellos por todos nosotros.
Voy a presentar en este programa una conversación que tuve con María Samaniego, presidenta de la XXI Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito, donde hemos hablado del evento y de las cosas del oficio en esta ciudad. Y le he pedido a mi amigo Andrés Núñez, –un capo de la arquitectura y de la música– que me sugiera temas musicales que hablen de la arquitectura, de lo urbano, de construir… Andrés se tomó tan en serio el pedido, cosa que agradezco profundamente, que me envió 132 minutos de excelente música, toda enfocada en los temas solicitados. A esa lista original yo la he recortado un poco –por cuestiones de tiempo– y esta música la presento hoy en este programa que he titulado “El sueño del arquitecto”:
- An Architect’s Dream – Kate Bush
- Glass, Concrete & Stone – David Byrne
- Thru’ These Architets Eyes – David Bowie
- On Every Street – Dire Straits
- Norwegian Wood – The Beatles
- Big Yellow Taxi (Radio Edit) – Joni Mitchell
- Streets of Philadelhia – Bruce Springsteen
- Little Boxes – Malvina Reynolds
- Urbania – The Alan Parsons Project
- Evil Architecture – One Mile North
- The ConstruKtion of Light – King Crimson
- Still Life in Mobile Homes
- The Architect – dEUS
- Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town – Pearl Jam
- Open Letter to Buckminster Fuller – 33.3
- Canto da Cidade – Daniela Mercury
- Cemento, ladrillo y arena – Issac Delgado
Este capítulo de Tan lejos tan cerca se emite desde Radio Pichincha Universal, 95.3 FM en Quito, el sábado 1 de diciembre de 2018, de 10 a 12 del día.
En este sitio web se puede escuchar, a partir de ese momento, siempre.
Imagen: Stuart McMillen: «Geodesical Dome, Buckminster Fuller»