Escuche aquí: «Capítulo 120: Roma»
Agua que limpia los pisos y lava las lozas; que se agrupa en torno a las olas para querer ahogar a criaturas traviesas. Fuego que quema los bosques del campo y que, mediante sus armas, mata a los estudiantes que dicen querer otro país. Tierra que revienta y se vuelve terremoto, que, junto al agua, se vuelve fango intransitable en la barriada pobre de la ciudad. Viento que arremolina la tierra en la polvareda, que choca en el rostro de una mujer del campo que trabaja en la ciudad, y que, al final, seca las lágrimas de quien mira ese relato que ha sido contado con tanto corazón.
Los elementos se vivifican en el filme “Roma”, que acaba de ser estrenado en Quito, y que es, desde mi punto de vista, una de esas obras maestras del cine que es imposible olvidar. Esos elementos –agua, fuego, tierra, viento– son, sin embargo, meros conductos narrativos, acaso accesorios, para que el director, guionista, editor y fotógrafo de “Roma”, el mexicano Alfonso Cuarón, entregue una épica película, íntima y personal, que se centra en la vida de una joven indígena que trabaja en el hogar de una familia mestiza de clase media que está a punto de quebrarse. En los elementos, que Cuarón –como un todopoderoso– pone al servicio del drama, en las cosas del día a día –pequeñas aunque dudosamente irrelevantes–, en los grandes acontecimientos nacionales –marcados por clasismo, protesta y violencia–, en las relaciones entre madre y padre, madre e hijos, empleadora y empleada, en todas esas cosas, hay, en Roma, una fábula contada con extrema sensibilidad e intimidad.
La escala de esta película es enorme y espectacular. Si el cine convencional nos ha acostumbrado a que estas escalas gigantes están reservadas para historias más grandes que la vida misma, aquí Cuarón las usa para contar una memoria íntima, para narrar una vida invisibilizada en todos los tiempos, la vida de Cleo, la empleada doméstica y baluarte fundamental e indispensable del hogar para el que trabaja. Y para contar esa historia el mexicano usa largas secuencias, perfectamente coreografíadas –a veces con cientos de actores, figurantes y extras en escena–, y da uso de una fotografía en blanco y negro de alto contraste que combina de una forma virtuosa el detalle con el contexto. De hecho, todo en “Roma” es de un virtuosismo inédito en el cine de América Latina: una edición precisa y elegante, un texto dicho por actores amateurs con gran autenticidad, un sonido que hipnotiza entre los silencios del corazón y la cacofonía de la calle, y una narrativa que crece conforme avanza el metraje, que provoca a los afortunados espectadores primero risas y luego lágrimas ante el carrusel de la comedia y el drama y, sobre todo, ante tanta belleza junta.
Pero no será solamente la virtud cinematográfica la que llevará a “Roma” a la inmortalidad de las grandes películas de la historia de este arte. Quizás será, sobre todo, la capacidad y la fidelidad del retrato de un hogar cercado entre muros, de una calle ubicada en la colonia Roma, de un barrio –la colonia Roma–, de una ciudad –la ciudad de México–, de un país –los Estados Unidos Mexicanos– y, aún más, de un continente –nuestro continente. Y ese retrato es creado para contar un tiempo específico: los años de 1970 y 1971, y para ensayar, a través de las vidas de Cleo, de su empleadora Sofía, de los hijos de Sofía, de la madre de Sofía, de los hombres que abandonan sus familias y sus hijos, sobre las poderosas y problemáticas relaciones sociopolíticas de un país y de un tiempo. De lo particular a lo general. Así, en la inducción-deducción, Cuarón llega a la verdad.
“Roma” está afectada por una gran paradoja: es una obra creada en un lienzo enorme, una película para ser vista en la pantalla más grande posible. Sin embargo, su productor ha sido la plataforma audiovisual de televisión Netflix, que la presenta en exclusiva para sus abonados. En todo el mundo, apenas un puñado de salas de cine han logrado que el filme mexicano pueda ser visto en sus pantallas. Esta paradoja problematiza otra vez el nuevo momento de la distribución de contenidos fílmicos, y vuelve a amenazar el rol de las salas de cine, sobre todo las de aquellas menos relacionadas con los formatos y géneros de Hollywood.
Entre las pocas salas de cine que presentan “Roma” en su formato más apropiado, está el cine Ochoymedio, en el barrio de La Floresta, en Quito. Es la única sala del país que, durante todo este mes, presenta esta bella película.
Está claro que, como a muchos, “Roma” me ha estremecido. El programa de radio que voy a hacer hoy está lleno de música que he escogido luego de ver la película. Ninguna de las canciones tiene relación directa con el film. Son canciones que, desde mi parte más subjetiva, me permiten pensar y repensar esta obra cinematográfica. Es una lista de música, de todas formas, sobre el amor, el trabajo, y –en algunos casos– sobre mujeres latinoamericanas.
He invitado a este programa a mi amiga Mariana Andrade, directora de Ochoymedio, para hablar sobre “Roma”, y sobre todo, acerca de la realidad de la exhibición de cine en Quito.
- La respiración – Omar Sosa & Yilian Cañizares
- Dog Days are Over – Florence and the Machine
- María – Café Tacuba
- A tua presença morena – Ney Matogrosso
- Todo lo perdido reaparece – Sofía Rei
- Preciso Dizer que te amo – Cazuza & Bebel Gilberto
- Perhaps, Perhaps, Quizás – Lila Downs
- Amor de juventud – Gal Costa & Pedro Aznar
- Tu nombre es casi mi nombre – Pedro Luis Ferrer
- Tu nombre sobre mi nombre – Luis Spinetta
- Nana – Nara Leão
- Aixa – Gema y Pavel
- Somewhere – Etta James
- María Sueños – Eva Ayllon
- María Landó – Susana Baca Marrow – Anohni
- See Line Woman – MeShell Ndegeocello
- La mentira – Xiomara Laugart
Este capítulo de Tan lejos tan cerca se emite desde Radio Pichincha Universal, 95.3 FM en Quito, el sábado 15 de diciembre de 2018, de 10 a 12 del día.
En este sitio web se puede escuchar, a partir de ese momento, siempre.
Imagen: Fotograma de «Roma» dirigida por Alfonso Cuarón.