Escuche aquí: «Capítulo 1 324: Territorio»:
Territorio es un film dirigido por Alexandra Cuesta, que ha recorrido bastantes festivales, y que hace poco pudo ser visto en las salas de cine de Quito y Guayaquil y en Septiembre de este año volverá a las salas de cine en Quito.
Es un film muy difícil de catalogar. Presenta 27 escenas que retratan, a simple vista, momentos cotidianos filmados en varias localidades, sobre todo rurales, del Ecuador.
Mi programa de hoy, el número 1 324, se sumerge en algunos sentimientos y pensamientos que me ha dejado esta película. Voy a presentar música, de muchos lugares, de muchas experiencias, relacionada con esas sensaciones. En un punto de este programa voy a presentarles una parte de la conversación que tuve con Alexandra Cuesta.
1.
Ver Territorio me ha hecho pensar en varias cosas de mi propia relación con el país; sobre todo con el pueblo chico, la pequeña población, por un lado, y el viaje, por otro. O más bien, el viaje al pueblo chico.
El Ecuador está dejando de a poco ser un país de pueblos chicos. Ya lo sabemos: hace exactamente 40 años el país empezó un proceso desarrollista a través de gobiernos democráticos, o autollamados democráticos, que literalmente fue expulsando de a poco a la gente del lugar donde habitaba, en varios sentidos. Ecuador, país rural, compuesto por millares de comunidades pequeñas, pasó, a partir de allí, a ser país urbano, con dos mega-ciudades, hoy de más de 3 millones de habitantes cada una.
Las ciudades crecen cada día más en desmedro del pueblo chico. Las ciudades intermedias pronto dejarán de ser tales para convertirse en ciudades grandes. Por eso, el film de Alexandra es, de cierta manera, un testimonio vivo de la población pequeña que aún queda. De ese lugar donde el infierno es grande, según el dicho popular; donde toda la gente se conoce y donde, los que aún están allí, representan, quizás, los últimos de su estirpe.
Del film de Alexandra podemos hablar copiosamente sobre su narrativa –que va y viene, que nunca es costumbrista sino curiosa–; sobre la métrica de su gramática –que es poética y no prosaica–; sobre el fuera de cuadro –que interroga y promete incertidumbre–; sobre su ética –no esconder la cámara, filmar a sabiendas de que el objeto lo sabe-; sobre su estética –mínima, como las historias que filma y sabiendo, siempre, que menos es más. De todo eso pudiéramos disertar largamente, y no sería difícil incluso hacer volúmenes de análisis.
Pero me quedo con el recuerdo y el significado, del pueblo chico. Me quedo con el registro –temporal, inacabado, parcial, apenas perceptible– de las vidas que suceden en lugares en donde, dijéramos, nosotros que vivimos en metrópolis, no pasa nada.
Pero pasa, y mucho. He ahí el registro perfectamente medido, curado, editado y puesto en escena de Territorio. Las cosas que pasan donde no pasa nada. La gente que vive en dichos lugares.
2.
Territorio es un film que no esconde nada. Ni siquiera el hecho de que se propone una mirada ajena, que no pretende ver cada lugar como si fuera el propio. Lo contrario. Se embarca en un viaje curioso, hacia un terreno desconocido. Hacia un encuentro, incluso una confrontación.
Es un film que se desmarca del viaje al paisaje, y se adentra al viaje al país. Y no solo a los lugares, sino sobre todo a las personas. Es, pues, un tributo al viaje que, como decía Rolf Blomberg, debería ser uno de los derechos humanos. Y Alexandra nos hace reflexionar sobre viajar, sobre ese pasaje de un lugar a otro.
Estos son tiempos en que el turismo ha hecho que los seres humanos perdamos la capacidad de asombro sobre esas “tierras extrañas”. Obsesionados con el monumento, dejamos de ver a las personas.
Es la conciencia de esa enorme diferencia entre el turismo y el viaje el que ha vuelto a mi, hoy, luego de volver a ver esta película.
Ahora sabemos que –a diferencia de los blancos ricos de los siglos diecinueve y veinte, que veían el viaje como una oportunidad de embeberse en más lujo y más lujuria– el viaje es, ha sido, sobretodo, maldición por excelencia: Desde el principio: Adán y Eva salen caminando del paraíso, rumbo a un viaje hacia el odio humano; el holandés errante, el judío errante, prototipos de desengañados frequent travelers de la miseria; o los millones de hermanos nuestros que se han sometido a la tortura de abandonar a sus familias para ser extranjeros en otro lugar. Ahora sabemos que el viajero es un despojado; ahora queda claro que el extranjero es mal visto en cualquier lugar. Ahora, esos pasajes –palabra usada ahora, sobretodo, en la industria del transporte–, este periplo vivencial que ofrece Alexandra, me sirve de reflexión, más bien, para pensar también en los pasajes internos de cada uno.
El viaje es, pues, esa gran metáfora que abarca mucho más. Hay, siempre, un viaje interior, hay un viaje al más allá, y en el mundo de nuestros sueños hay un viaje a mundos anhelados y detestados; hay un viaje a los lugares en los que quisiéramos hacer querencia, y de los lugares de donde hemos salido brutalmente expulsados. La vida es un viaje y en ese viaje los seres humanos de todos los confines hemos ideado formas para alcanzar el bienestar en el trayecto. Unos apegándose a diferentes niveles de conciencia –que incluyen las religiones y drogas–, otros entregándose completamente a cultivar su cuerpo –corriendo mil maratones y subiendo a cuanta montaña hay–, otros leyendo libros o escuchando música, otros simplemente existiendo, vegetando casi. Y para la mayoría, no hay otra posibilidad, en este viaje en el que todos estamos dispuestos, que arrancharle a la vida un alimento, una medicina, y en el mejor de los casos una escueta vivienda. El viaje interior puede ser una experiencia apasionante o extenuante y aburrida, y también puede ser brutalmente cruel e injusta. No dejo de pensar que en este viaje hacia pueblos pequeños que ofrece Alexandra, hay tantos viajes interiores como rostros retratados por su cámara.
Está, siempre, el viaje al más allá. Ese momento todavía sin explicación en el que se elimina para siempre de nuestro ser la palabra futuro. Ese momento culminante, ese viaje hacia el único destino que el hombre no ha podido revelar, pero que supone, con hidalgo optimismo, es un pasaje al infinito. Y antes, durante el viaje de la vida: el pasaje de bebe a niño, de niño a adolescente, de adolescente a adulto, de adulto a anciano. El pasaje de la añoranza al amor, el pasaje del movimiento a la evolución. El pasaje de ese hombre al que lo vemos navegar en su embarcación marítima, y que luego ha llegado a un lugar; se ha echado a descansar, y otra vez ha vuelto a partir.
La música de este programa:
- Intimate Transitions (Jardin Lo Sonn) – Maurice Brown
- Diaspora – Christian Scott
- New Planet – Medeski, Martin & Wood
- Re Run Home – Kamasi Washington
- The Beginning of a Great Adventure – Lou Reed
- Road Trippin’ – The Red Hot Chili Peppers
- I Just Came to Tell You That I’m Leaving – Jarvis Cocker & Kid Loco
- Elliptical – MeShell Ndegeocello
- Anywhere on this Road de Lhasa de Sela
- Face to the Highway de Tom Waits
- Puntos cardinales – Café Tacuba
- Space Oddity – Seu Jorge
- Os Argonautas – Elis Regina
- Al final de este viaje en la vida – Roy Brown
- Caminos verdes – Rubén Blades y Seis del Solar
- Contrabando – Rubén Blades y Son del Solar
….
Gracias a Alexandra Cuesta y al cine Ochoymedio; gracias a Analía por el soporte emocional, a Leo Salas por el soporte técnico, a Regent Licencing por los efectos de sonido. Este programa fue producido del 15 al 31 de Agosto de 2019, y publicado el 1 de Septiembre de 2019.